Un día en la vida de... Un juglar
Llevaba caminando todo el día, su oficio se lo exigía. Le exigía desplazarse de un pueblo a otro, en busca de público para su trabajo, y un juglar vive del público que tiene. Como está acostumbrado a caminar siempre largas distancias, no suele cansarse muy a menudo, además, en los caminos que recorría, se enteraba de noticias que podrían servirle para sus cantares. Lo único que necesitaba, además de la seguridad que tenía, era estar atento. Así es como conocía varios de los acontecimientos, hazañas de caballeros e incluso algún romance, historias que, sumadas a lo que aprendía, le servía para componer sus poemas, que no sólo recita, sino que, prefiere cantarlos. Y tiene de su parte los conocimientos de cómo tocar la guitarra, entre otros instrumentos. Lo único que pretendía dar a su público era el entretenimiento, sus poemas, alegría. Le gustaba adaptar sus obras según la reacción del público, fuera con silbidos, aplausos, risas o silencios. Después de actuar, solía pedir alguna donación de la gente. Al acabar su actuación, se acercaba el anochecer. Había conseguido algo de dinero hoy. Estaba cansado, tenía hambre y frío. Había soportado una fina llovizna que además de mojarlo, le dificultaba su trabajo. Aprovechando que no había comenzado a llover del todo, fue en busca de un lugar dónde pasar la noche, hasta el día siguiente, en el que emprendería su nuevo camino. Le acogieron, con gusto, en la iglesia del pueblo. Por la noche, sentado junto al fuego con un niño, que le hacía preguntas sin cesar a las que respondía con una sonrisa, y con el padre del niño, hizo una breve actuación antes de ir a la cama.